09 de diciembre, 2013

Card Hunter
Blue Manchu
2013
Estrategia por turnos
Windows
www.cardhunter.com

Card Hunter

GARY

Me quedé pegado al cristal nada más ver aquella caja que se anunciaba como novedad, con uno de esos estridentes carteles amarillos que tanto le gustan a Nick y que hacen que a veces, cuando está nublado u oscureciendo, su escaparate parezca poco menos que un árbol de Navidad. No me había planteado pasar por Dragon’s Teeth aquella tarde, y mucho menos comprar nada. Intentaba que los pocos dólares que me quedaban del reparto semanal de periódicos me durasen hasta fin de mes. Pero ahora los malditos parecían quemarme en el bolsillo, y me tentaban con voz chisporroteante…

Traté de entrar en casa sin que mis padres se percataran de dónde venía. No funcionó; el sexto sentido de mamá le dijo que precisamente aquel sigilo y aquel «buenas» que mascullé a toda prisa escondían algo. Algo que enseguida advirtió y reconoció debajo de mi chaqueta con una precisión admirable.

-¿Otra vez? ¿No tienes ya suficientes de esos juegos de rol, Gary?

Encogerme de hombros fue todo lo que me salió. Subí tan rápido como pude las escaleras hasta que dejé de escuchar su parloteo malhumorado sobre mi gasto inútil de dinero y aquel suspenso en matemáticas que, por lo visto, se quedaría grabado para siempre como un estigma en mi piel. Cerré con cuidado (un portazo no era buena idea, estaba claro) y por fin las benditas paredes de mi cuarto me aislaron del mundo. Por fin pude detenerme a examinar en condiciones mi nuevo tesoro.

Cómo explicarle a mi madre que no, no tenía “suficientes juegos”, y quizás nunca llegaría a tenerlos. Cómo explicarle que cada uno era una puerta a una realidad distinta, un pasaje a aventuras y emociones que nunca se repetirían del mismo modo. Una promesa mucho más interesante que una estúpida carrera, una jornada monótona de oficina y corbata o una hipoteca.

Card Hunter no era un gran nombre, me dije, meneando la cabeza con la condescendencia crítica que me otorgaba mi experiencia en la materia. No era nada espectacular como Stormbringer o Ars Magica… Pero nada más abrir la caja le perdoné aquella falta de originalidad. El manual, un par de módulos grapados no demasiado extensos… y, eh, un buen montón de cartas. Qué interesante. Las desenvolví, aspirando con delectación el aroma (imprenta, colores frescos) y un rápido repaso me hizo empezar a intuir el sistema de juego. Aquellas cartas componían el inventario de los personajes, por lo visto, y eran las que determinaban el desarrollo de los combates.

Bajo el manual encontré los escenarios, compuestos por tableros cuadriculados, los personajes y algunos enemigos, todos ellos minuciosas figuras de cartón con su correspondiente peana. Ardía en deseos de comenzar a montarlos, así que no esperé más: me senté con las piernas cruzadas apoyado contra la cama, abrí el libro sobre mis rodillas y comencé a devorar el contenido al tiempo que encajaba cada figura en su base.

Me conozco, y sé que no hubiera parado de leer quizás en toda la noche de no haberse abierto la puerta de mi habitación de repente. La realidad se entrometió en mi santuario tomando la forma de mi padre, que aseguraba que llevaban al menos quince minutos llamándome para cenar. Y mi madre tenía razón, añadió: más valía que dejara ya esas tonterías y empezara a ahorrar un poco. No me sorprendió; no podía dejar pasar la oportunidad de recordármelo ni un solo día. El dinero era para cosas importantes, serias. Cosas con proyección de futuro, del aquí y el ahora.

Me puse en pie, estiré un poco las pantorrillas dormidas. Mientras guardaba de nuevo el contenido de Card Hunter en la caja, me fijé en un anuncio en su parte de atrás. Otra expansión estaba ya a la venta desde hacía unos días. Saqué las monedas que aún se revolvían en mi bolsillo, las conté y sonreí satisfecho. Aún me quedaba dinero suficiente.

PETER

Gary es fácil de entusiasmar, pero lo cierto es que me llamó la atención más que otras veces la energía en su voz nada más descolgar el teléfono. Se había agenciado un juego nuevo, me anunció. Nada del otro jueves. Si es que no hay manera de que no acabe cayendo cada vez que pasa frente a Dragon’s Teeth. Con razón nunca tiene un pavo en el bolsillo.

Pero yo tampoco me niego nunca, la verdad sea dicha. Es difícil no contagiarse de su espíritu. No tuvo que insistirme demasiado para que me acercara aquella misma tarde a hacer de su conejillo de indias particular y echar una partida. Al parecer, mi perro iba a comerse de nuevo los fastidiosos deberes de Geografía que teníamos para el día siguiente.

Su madre me recibió con cordialidad y me ofreció un vaso de leche con galletas, como de costumbre. También como de costumbre noté el sutil gesto de resignada reprobación cuando Gary le dijo que “íbamos a jugar al rol en su cuarto”. Nunca se oponía, claro, pero yo notaba, incluso sin que mi amigo me hablara de ello, que cada vez le gustaba menos esa afición. Supongo que esperaba ansiosa el día en que nos despertáramos y, sin más, nos desaparecieran aquellos pajaritos de la cabeza. Como aquel tipo de ese libro raro que se convirtió en cucaracha de la noche a la mañana. Lo sentía por ella, porque no parecía que ese día fuese a llegar pronto…

Tomé la caja de aquel juego, Card Hunter, y la inspeccioné mientras Gary vertía los panchitos en el bol y parloteaba sin orden ni concierto sobre las reglas. En realidad no dedicó mucho tiempo, ya que siempre preferíamos hacerlo a nuestro estilo: lanzarnos de cabeza a jugar, sin darle muchas vueltas a la mecánica una vez conociéramos las nociones. Lo primero que hice fue escoger un personaje de los que me presentaba, un enano mal encarado y huraño. Repartir leña es lo que me gusta; ya se ocuparán otros de curar y lanzar rayos por los dedos en la distancia. La aventura comenzó como tantas otras: mi personaje, un mercenario contratado para velar por la seguridad de su pueblo, debía acudir a investigar el rastro de un grupo de kobolds que desembocaba en una pequeña cueva. La emboscada no se hizo esperar (bueno, más bien me dejé emboscar, ya sabéis) y entonces comenzó lo bueno.

Gary estaba tan deseoso como yo de entrar en acción. Coloqué a mi personaje sobre el tablero cuadriculado que hacía las veces de escenario, y lo mismo hizo él con los enemigos. Frente a frente, como si fuera una partida de ajedrez. Instintivamente busqué con la mirada el dado para lanzar iniciativa… pero allí no había de eso, me informó Gary de inmediato, con un brillo malicioso en la mirada. Disfrutaba con mi desconcierto, y para qué engañarnos, comenzaba a emocionarme a mí también.

Nada de dados. Cada uno de nosotros utilizaría un mazo de cartas, me explicó. En él se encontraban todas las acciones de nuestros personajes, desde movernos hasta atacar, pasando por la posibilidad de emplear potenciadores, modificadores a la defensa o a la esquiva… Iríamos revelando cartas de nuestra mano por turnos para indicar nuestras acciones, y en el momento en que ambos optáramos por pasar (es decir, no hacer nada) robaríamos del mazo hasta completar el máximo de cartas. Y vuelta a empezar. Al principio todo fue un poco lento, mientras nos habituábamos a nuestras respectivas manos. Un pasito aquí, un tímido ataque allá, una finta ágil… No tardamos más de diez minutos en empezar a coger ritmo.

Cuatro o cinco turnos después, los kobolds ya se habían convertido en un amasijo de carne y metal bajo el filo de mi hacha. Había tenido suerte con las cartas y había conseguido enlazar un par de combos bastante potentes. Como recompensa obtuve un botín jugoso: un martillo, un par de grebas y un amuleto, todo ello representado en forma de sets de cartas. Si decidía equipármelos, debía retirar las cartas correspondientes a mis anteriores objetos y sustituirlas por las nuevas. Eso significaba que algunos de mis ataques cambiarían, pero también perdería otras que me interesaban… ¿Qué hacer? ¿Cómo combinarlas? Agh, maldito juego y maldito Gary, me dije mientras le miraba ceñudo por encima de mi mano, casi sintiendo cómo el humo escapaba de mi cabeza. Ahora empezaba a verle el plumero a todo aquel rollo de la estrategia y la táctica del que me había hablado al principio…

Por suerte, mi buen enano machacacráneos no tardó en encontrar compañía. Mis pasos me llevaron a una posada donde pude reclutar a otros personajes: el inevitable humano místico y barbudo y una elfa arquera de elegantes dedos sanadores Por fin el grupo estaba completo. Compré algo de equipo, conseguí nuevas piezas después de un par de combates más, y empecé a experimentar cambiando los roles de mis personajes. Con una vara adecuada, mi mago pasaba de convertir en carne de barbacoa a mis enemigos a freírlos con rayos. Sí que tenía gracia aquellos de los sets de cartas, desde luego. Todo resultaba más dinámico, más fluido en la partida. Y no sólo tenía que hacer frente a los obstáculos de la historia que el módulo de juego nos proponía: también al ingenio y al sentido de la estrategia de Gary, que pasaba de ser un simple máster a mi contendiente declarado cuando llegaba el momento del combate.

Aquella noche llegué a casa exhausto, como pocas veces me sucedía después de una sesión de rol. Tuve un acceso de conciencia e intenté terminar al menos un par de las preguntas de Geografía, pero no conseguí nada más allá de garabatear un par de tonterías sobre los lemures de Madagascar, sin mucho sentido. La cabeza me daba vueltas, fatigada tras el intenso esfuerzo, pero era un cansancio muy grato. Me tumbé en la cama, dejando que mi mente vagara rememorando las aventuras de aquella tarde. Antes de caer rendido, repasé mentalmente los compromisos que tenía para lo que quedaba de semana, e hice una lista de todo lo que podía aplazar sin problema. Porque, qué demonios, al día siguiente había que echar otra partida.

Acerca de Scullywen


Una especie de bundle friki con patas: videojuegos, rol, juegos de mesa con muchas piececitas de colores, ciencia ficción y fantasía a tutiplén, cómics, series de esas que no tienen audiencia y pueblan los sueños húmedos de Joss Whedon... También escribo cosas, y a veces lo hago con las manos. Y con un gato encima del teclado.

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