12 de mayo, 2014
Ether One

Antes de empezar con Ether One quizás sería adecuado dedicar unos segundos a un tipo de juego aventurero muy especial. Pongamos sobre le mesa a Dear Esther y Gone Home, por ejemplo. Los llaman aventuras experimentales, también walking simulators. Cosechan premios y dejan una huella imborrable en aquellos con los que conectan, en la misma medida en la que aburren hasta la muerte a otro tipo de jugadores menos abiertos al mamoneo narrativo. Si desde aquel lado de la pantalla están abiertos a experimentar con este concepto de aventura de corte literario, mejor que sigan leyendo a lo que les aguarda. Si no lo están, francamente lo lamento. Se pierden un juego interesantísimo.

Con tales referencias no es difícil catalogar lo que ofrece Ether One en un primer encuentro: una aventura con puzles. De hecho, ofrece una experiencia muy del corte de los juegos de terror en primera persona que tanto éxito han tenido en los últimos años. Como contraste, este título prefiere llevar la interacción del jugador un paso más allá, y además pasa del terror para lanzarse de lleno a la exploración de un universo menos visitado: la demencia. Este asalto a la locura es quizás el punto con mayor encanto de este notable juego. Locos en los videojuegos hemos visto demasiados; enfermos, apenas ninguno.

En Ether One somos «restauradores», currantes del negocio mental que se ganan su sueldo desfaciendo entuertos allá donde se enredan las neuronas. En uno de estos encargos hemos de revivir la vida de una paciente al borde del colapso mental, relacionando trozos aparentemente inconexos, y por ende degustando de primera mano la fragilidad de la mente humana. Sin ser un juego de terror el equipo de White Paper Games ha conseguido infundir un brutal sentimiento de desasosiego en circunstancias que sabemos que no están ligadas a un peligro real. No hay amenaza en forma de muerte ni de game over, y sin embargo Ether One llega a ser tan fascinante como aterrador cuando el juego trasciende las reglas que damos por sentadas, sumergiéndonos en la cara más cruda de la enajenación. Trazos disconexos, angustia, y porciones de una emotiva historia van tejiendo una maraña de recuerdos, dando cuerpo a una sólida cohesión interna en la que se asienta la propia historia. Es precioso cómo este equipo de Manchester ha conseguido que la irrealidad más incomprensible sea la que tenga mejor encaje en la estructura del juego. En la conciencia de la paciente.

Conforme el paseo progresa a un nivel jugable, y cuanto más nos adentramos en Pinwheel, descubrimos que Ether One se bifurca de forma importante. Por una parte tenemos un juego contemplativo, que narra la historia haciendo uso de la voz en off, y que no requiere del jugador más que recorrer el escenario. Por otro lado, nos esperan unos complicados puzles, necesarios para obtener los retazos que realmente conforman la historia, y que no son obligatorios en absoluto. Puede que en esta dualidad recaiga el mayor pecado de Ether One, pues la relación entre ambas perspectivas jugables (la meramente anecdótica y la basada en los puzles) nunca termina de cuajar. Un puzle que requiere de varios items y de bastante reflexión nos puede atascar a poco que nos descuidemos, arrastrándonos casi sin percatarnos de la senda de la historia. Las referencias, documentos, pistas y enigmas son muchos, y el inventario está limitado a apenas un hueco en nuestro inventario, lo que acaba dando al traste con la fluidez. Sumen a esto que el ritmo de juego es inefablemente lento —aunque no por ello menos disfrutable— y resulta que la experiencia puede verse resentida, especialmente en jugadores más acostumbrados a la acción. También en este aspecto la interfaz nunca deja pistas claras, para bien y para mal. Lo que ahora es inmersión pura luego se puede convertir en un sentimiento de abandono, por parte de un jugador que atrapado en un callejón sin salida no puede encontrar más solución que volver sobre sus pasos para revisitar las mismas notas, los mismos ítems, y los mismos escenarios.

Dicho esto, sigo destacando Ether One como un juego fabuloso en muchos sentidos. La buena escritura y guion que gasta, y el reciclaje de ciertos elementos en formas que por su sutileza se hacen brillantes (al personaje de Phyllis habría que hacerle un artículo por sí solo) denotan una sensibilidad que se termina por trasladar al jugador. Seguir los pasos de un enfermo mental desde la propia perspectiva del doliente es una experiencia fascinante, en la que espero que otros desarrolladores se animen a ahondar. Ether One es un cautivador paseo por un complejo rompecabezas, por mucho que los White Paper hayan apostado por dejarnos caminar solos.

Acerca de Eduardo Garabito


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