01 de septiembre, 2014

Mind: Path to Thalamus
Carlos Coronado, Dani Navarro, Luka Nieto, Jose Ladislao
2014
Puzles
Steam
www.mindpathtothalamus.com/

Mind: Path to Thalamus

Los juegos contemplativos en primera persona se llevan bien con los trastornos mentales. Y personalmente, me alegra ver cómo cada vez con más frecuencia se está abordando un tema tradicionalmente tabú —al menos en los videojuegos— como es la (falta de) salud mental. Qué mejor herramienta que una bofetada de empatía para experimentar en primera persona los delirios, obsesiones y conjeturas de un enfermo. Ya hablamos de Ether One y su invitación a la demencia, y Mind: Path to Thalamus viaja en la misma línea, acompañado de una invitación a los estados alterados de la conciencia. LEGAL, claro.

Toca ahora sumergirnos de lleno en el sentimiento de culpa, dejarnos asfixiar por las dudas de un padre que barrunta, desde un profundo estado de coma, sobre la desaparición de su hija en una catástrofe meteorológica. Una pérdida que reabre heridas y pone de manifiesto la repetición de una serie de malas decisiones, que entroncan con viejos traumas y revueltos familiares que cuestionarán nuestra capacidad para alcanzar una redención. De seguro lo averiguaremos en nuestro camino hacia el tálamo, un viaje onírico que recorreremos en primera persona, resolviendo puzles y desenmarañando la trama del juego a través de la voz de su protagonista. Mind: Path to Thalamus es un ovillo que aglutina las mecánicas jugables y la historia hasta que no deja un rastro de aire entre ellos; y resulta un conjunto extremadamente compacto que hilvana puzles y reflexiones, revelaciones y preguntas con una o varias respuestas bajo un halo mágico que entra fabulosamente por vista y oído.

Vaya por delante que Mind es seguramente el más bello cuadro que he encontrado en un juego de este tipo. El entorno reclama atención desde los primeros pasos que damos en este mundo desconcertante, dibujando una atmósfera increíble y evocadora capaz de penetrar en el jugador hasta el punto de aparcar el puzle de turno solo para dedicar un poco más de tiempo a su contemplación. El mero paseo por el mundo de Mind es un placer en sí mismo, con un entorno mil veces cambiante que danza, presumiendo de transiciones que alteran colores y sonidos de una manera increíblemente grácil. Una atmósfera reforzada por la fabulosa música de Chris Zabriskie, que se entiende de miedo con el tono del juego desde el plano visual en cada una de las discretas apariciones que hace.

Y en ese mundo de ensueño se desenvuelve el rompecabezas que es Mind, un juego muy inteligente que consigue disimular la relativa simpleza de su propuesta (a la postre, pulsar interruptores y traspasar portales) en las leyes de su propio universo. El diseño de los puzles va escalando según lo hace el jugador, requiriendo parte de prueba y error, y buena parte de exploración para solventar las situaciones. El verdadero protagonista —y bravo por él— es el entorno. Reflejos que debemos estudiar para atravesar caminos invisibles, y unas marañas de neuronas (en forma de esfera) que encontraremos y transportaremos a lo largo del juego. Toma la bola y suéltala allá, observa como se disipa la niebla. Tírala colina abajo para activar… ehm…. ah, esa puerta allí lejos. Mind juega con las transiciones, la comparación y el día-noche para proponer la experimentación al jugador, y lo hace de una manera muy gratificante en todos los sentidos. El escenario parece sugerir el camino correcto sin ponerse en evidencia, dejando en manos del jugador la tarea de refinar esas pistas hasta obtener una estrategia viable. A veces un momento de torpeza puede resultar algo frustrante —como puede serlo cualquier gran paseo sin certezas, y el escenario es por lo general muy amplio— pero dicha sensación es insignificante al lado del placer de progresar en unos puzles cada vez más complejos, que nos premian además con nuevos pedazos de mundo que visitar. Una dinámica de juego absorbente y curiosamente relajante.

Ciñéndonos a la narrativa, a priori una relación tan íntima entre guión y mecánicas como la que describíamos debería ser motivo de alegría, pero nada más lejos de la realidad. Lamentablemente el juego es un delicioso puzzler constantemente torpedeado por un desastroso guión. Un conjunto tan irregular que duele. Verán, vamos a jugar a alterar la conciencia desde aquí también. Imagínense, deleitados por alguna de las infinitas postales que ofrece este caramelito visual. Están extasiados por los reflejos púrpura que rodean una noche estrellada, acariciados por el sonido de la lluvia que… oh, se ve interrumpido de nuevo por la omnipresente voz del narrador. No termina el tío. No hemos terminado de decidir qué intentar a continuación cuando ahí está otra vez, plagando nuestra aventura de obviedades. Ahora viene con una sugerencia. Disfrutamos como niños chapoteando en un riachuelo, hechizados con el sonido del agua y con el contraste del horizonte… y allá que va otra interrupción. Sobre el sentimiento de culpa o qué sé yo. Me reí cuando el juego me escupió el primer comentario ampuloso acompañado de una falta de ortografía en los subtítulos (ese «vuitre» me va a perseguir el resto de mis días) pero se me pasa el buen humor cuando el monótono narrador hace la enésima referencia sin sentido, o repite de nuevo ese nombre que se convierte en mantra: Sofía.

Es una pena que los creadores de Mind hayan puesto tanto interés en conjuntar juego e historia, porque no puedo dejar de percibir el grueso de la narrativa como un maldito desastre. Mientras que la historia que parece desprenderse del entorno destaca por su naturalidad, la escritura parece un pavo real que tanto más queda en evidencia cuánto más bonito se cree. Lo suficientemente rimbombante y grandilocuente como para engañar a un público poco ducho en el manejo de las letras, pero el show raya el ridículo para cualquiera un poco más picardeado a ese respecto. Las referencias, cultismos y metáforas se repiten hasta el empacho, con un discurso pedante que trata de ocultar sus deficiencias —obviamente, sin éxito— a base de pompa y un cóctel de desafortunados aforismos. Un auténtico coñazo en off que mezcla sin despeinarse filosofía con letras con la santa Biblia (literal), en los cuales se va derrapando hasta caer en unos pantanos metarreferenciales que terminan por engullir cualquier provecho que se pudiera haber sacado de tan deficiente guión. Y lo más triste es que el propio juego es consciente de su pedantería. En determinado pasaje el narrador insinúa que su discurso puede sonar «cursi o cutre». Pues le honra reconocerlo. «Es narrativa de libro», dice en otra ocasión (textbook storytelling). Muy de acuerdo entonces, con un apunte: de libro de texto de los malos.

Queda entonces recomendar un ejercicio de aislamiento sensorial. Pese a este apartado fallido Mind tiene muchísimo que ofrecer, y su grandeza se hace tanto más patente cuanto menos atención le prestemos al hilo argumental. Lo más dulce de este fenomenal título proviene de sus preciados momentos de naturalidad; esos momentos en los que el juego se limita a ser él mismo, dándonos la bienvenida a un fascinante acertijo que pone nuestras neuronas al borde del coma. Sin cuentos chinos.

Nota del autor: Aunque publicado originalmente el 1 de septiembre, la crítica data de principio de agosto, cuando el juego fue lanzado. Nos consta que varios de los errores señalados en el artículo —como pueden ser las faltas ortográficas— ya han sido subsanados. Desde el equipo de desarrollo confirmaron que a fecha de la publicación del artículo seguían trabajando para mejorar el guión con ayuda de la comunidad.

Acerca de Eduardo Garabito


Artesano del desvarío en cualquiera de sus formas. ¡Síguelo en Twitter para ganar estupendos premios! ¡O igual no!

No hay comentarios