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The Cat Lady

octubre 29, 2014

Hace un mes P. abrió la puerta de la casa vacía de su madre, saludó al carpintero del otro lado de la calle, entró en el zaguán y sin quitarse las gafas de sol cogió la escopeta de dos cañones de detrás de la puerta y se voló la cabeza. El carpintero lo vio desplomarse, ya que P. ni siquiera había cerrado la puerta. El pasado Domingo B. volvía de pasear con su madre en una agradable mañana soleada. Entraron en el bloque de pisos y la madre se quedó regando las macetas del patio comunal. B. entró en su piso y se topó con su padre E. allí colgando de un cinturón apretado en torno al cuello, la cara morada como la piel de una ciruela. Esa mañana no quiso acompañarlas por alguna excusa banal, tampoco dejó nota. Hace justo un año S. llegó a casa resuelta a pasar página, dejar a su novio y seguir con su vida alejada de la dependencia obsesiva, de los brotes de violencia, de una relación tóxica. No ayudó que I. estuviese ya borracho a las doce de la mañana, así que comunicada la decisión éste la golpeó con sus puños hasta dejarla inconsciente boca arriba en el suelo. Se subió encima de ella, pasó ambas manos en torno al cuello y apretó fuertemente durante un par de minutos hasta que esta dejó de respirar. Luego prendió fuego al sillón y al sofá, cerró todo a cal y canto y partió ebrio de alcohol y muerte hacia su ciudad natal. ¿Deprimido? Bien, podemos empezar con The Cat Lady.

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