Mi familia me observa perpleja mientras trabajo, me doy cuenta que tienen la misma mirada que aquella familia que escapó de mí sin hacer ningún ruido. Yo doy vueltas por la casa, y ellos solo me miran, con esos ojos inertes, la mirada perdida…
Transcripción del audio-diario de Robert Albert Hoyle
(La transcripción de la primera parte se puede encontrar aquí.)
28 de noviembre, 1991:
(Se escuchan ruidos de madera siendo amartillada, y el ladrido de un perro en la distancia)
Ya no tengo un laberinto. Ahora he construido nueve habitaciones en estructura de tres por tres; bueno, un laberinto nuevo al fin y al cabo. Quiero potenciar la posibilidad de elección para los intrusos, que cada habitación que invadan implique una elección entre tres puertas, para maximizar sus posibilidades de muert… de fracaso. Las tres habitaciones finales no están interconectadas, y solo una tiene la caja fuerte, custodiada por un pitbull. La estrategia para mantener a mi familia a salvo sigue siendo la misma, y puesto que siguen vivos, funciona.
(Se corta)
(Más tarde, esa misma noche)
Observo las cintas de seguridad; un intruso, un tipo cualquiera, podría ser cualquiera. Entra en mi casa, se dirige hacia la entrada del laberinto, y observo cómo mi familia escapa, y veo que… mi mujer corre, muda pero tintineante; lleva encima la mitad de nuestro dinero (se le escapa una risa nerviosa).
30 de noviembre:
Hoy otro intruso anónimo recorre mis habitaciones de bajo presupuesto. Al final llega a la sala de la caja fuerte. Abre la puerta, el pitbull se lanza sobre él, el intruso saca un revólver, (se escucha la detonación de un disparo) y le vuela los sesos al perro. Pobre. No es que le tuviese cariño a ese asesino despiadado. Pobre de mí. Esos perros valen una pasta.
2 de diciembre:
El índice de éxito de mi sistema de seguridad es relativamente bueno, tirando a mediocre. La mayoría de los intrusos esquivan al nuevo pitbull, o bien lo duermen a base de carne con somníferos. Tengo que mejorarlo. He conseguido mucha pasta por unas cuantas casas de recién llegados que apenas tenían seguridad. He pensado en poner tres puertas electrónicas protegiendo la caja fuerte. Cualquier intruso tendrá que llegar a la (adopta un tono irónico) «sala de las maravillas», huir del pitbull dando un rodeo, mientras pulsa tres baldosas de presión en distintas habitaciones, que abrirán las correspondientes puertas, y volver a la caja fuerte; todo eso con el pitbull pisándole los talones. Además, si a un intruso se le ocurre cortar los cables, no podrá abrir las puertas. Mi diseño es fácilmente ampliable, puedo poner un circuito extra que vaya abriendo otras puertas, para que suelten a más perros… (ríe satisfecho). He de confesar que me estoy divirtiendo: el otro día me sorprendí trabajando durante horas en este diseño sobre el papel, y estaba completamente fascinado. La circuitería es sencilla y lo tengo casi todo dispuesto, salvo que me falta presupuesto para el generador de energía y las tres puertas con control eléctrico. Es la hora. Hora de ponerme el pañuelo y salir de caza.
(Se corta)
(Esa misma noche, más tarde)
Observo las cintas de seguridad. Un tipo tiene un comportamiento extraño, se queda cerca de la entrada, esperando. ¿Qué espera? ¿Qué hace? Mi familia, muda, corriendo en silencio; mi mujer cargada con la mitad de nuestro dinero, corren hacia la puerta, corren hacia él. El tipo los espera (aumenta la voz alarmado)… saca una barra de hierro (se escuchan una serie de golpes metálicos apagados, gritos y crujidos) ¡HIJODEPUTA! (grita y llora fuera de sí) ¡TE BUSCARÉ! ¡BUSCARÉ TU CASA! (aúlla) ¡Destruiré a tu familia! ¡Hijodeputa…! (se oyen lamentos y sollozos durante largo rato, hasta que se corta la grabación).
4 de diciembre:
(Una manada de perros ladra). He comprado más, muchas más bestias. He puesto uno de ellos por fuera del laberinto, en su parte norte. Otro por fuera del laberinto en la parte sur. He puesto un pitbull dentro del laberinto. Y he puesto un par de pitbulls en las salas finales (su voz suena cansada y muy deteriorada). Me alegro cada vez que muere un hijo de puta de estos (hace una pausa). Un hijo de puta muerto, un hijo de puta menos. Además puedo recuperar el material que dejan. No importa, no importa nada, la ley de La Doctrina del Castillo me ampara (hace una pausa, los perros continúan ladrando sin parar). Es 1991, y todo es una mierda.
6 de diciembre:
Cada vez que me cruzo a una de estas mujeres lo pienso, es muy sencillo; esta barra de hierro puede detenerlas, y yo podría robar todo del dinero de una casa. Es un proceso mecánico muy sencillo: la barra de hierro la detiene, yo cojo el dinero. Afortunadamente aún no he girado esa vuelta de tuerca. Sigo siendo inocent… soy un ladrón, pero no soy un asesino.
(Se corta)
(Más tarde)
La venganza es absurda, le he buscado por todos lados pero no le encuentro. He revisado los archivos y no le encuentro. Lo más probable es que haya muerto en cualquier casa ajena, o quizás en sus propias trampas. Ya no tiene sentido (hace una pausa larga). He hecho un pequeño mausoleo para Betty, Ryan y la pequeña Jenna. He comprado los muros más caros que podía pagar. Sus tumbas serán inviolables.
8 de diciembre:
Los perros van cayendo uno tras otro. Cada vez que llego a casa me encuentro los muros de madera destrozados, los perros muertos, o vagando fuera de sus perreras. Compro más perros. Al fin tengo el dinero para terminar mi sistema de seguridad, las tres puertas y el generador de energía. Termino de colocarlo todo y me dispongo a probar mi propio sistema. Recuerda, Robert, si el camino hacia tu caja fuerte queda permanentemente bloqueado, te quedas sin tu propio dinero, sin tus propias pertenencias. Me coloco el pañuelo cubriéndome el rostro, apago todas las luces, salgo y entro, en mi propia casa, otro simulacro más. Avanzo hacia la puerta del laberinto, paso el mausoleo donde está enterrada mi familia… ¡Ah! (Se escucha un grito ahogado, seguido del ladrido de un perro, y carne desgarrada. Algo pesado cae al suelo. Trata de zafarse, arrastrándose lastimero por el suelo, y en vez de gritos emite un estertor gutural continuado: borbotones de líquido salpicando. El estertor se transforma en apenas un hilo de respiración entrecortada, que se apaga lentamente. Sólo queda el sonido del perro masticando. Otro perro se acerca, lanza un bocado, desgarra la carne. Ambos perros se alimentan de su propio dueño durante largo tiempo. Finalmente, los perros quedan saciados. Se alejan, sólo queda el silencio, hasta que se corta la grabación).