07 de noviembre, 2014

Ziggurat
Milkstone Studios
2014
FPS Rogue-lite
Steam
www.store.steampowered.com/app/308420/?l=spanish

Ziggurat

A nadie le gusta aceptar la muerte. Ni pensar en ella siquiera. Para el humano occidental medio que pueda estar leyendo esto, la muerte queda si acaso en un recordatorio picajoso y espontáneo de segundo plano, un enemigo invisible que, como buenos exponentes de la cultura occidental, tratamos de ocultar bajo la estera de nuestro bienestar y cotidianeidad. Que nadie gusta de la muerte es uno de los pocos dogmas del animal humano. Ese miedo, la repulsión y la incerteza trasciende en todos sus planos, trasladándose y aplicándose también a nuestras odiseas virtuales. ¿Que no?

Por fortuna morir en los videojuegos sale muy barato, y aún así nos disgusta. ¿Pero qué pasa con Limbo? ¿Y lo del Dark Souls, qué? ¿Dónde está el truco en todos esos juegos cuyo primer requisito es aprender a tolerar el fracaso? Pues verán, esto me viene de perlas para hablar de lo mío con el juego de Milkstone Studios. He desafiado al ziggurat varias docenas de veces, tantas como finales «amargos» he alcanzado. Entiéndase, han sido aventuras con un punto y final marcado por una lluvia de huesos que hace las veces de elocuente pantalla de game over. La verdad es que en ocasiones arriesgué demasiado. Corrí demasiado en otras y, la verdad sea dicha, no siempre me acompañó la suerte. Sigue sin ser excusa. Pero de un modo u otro me ha quedado claro que la vida en Ziggurat no es un valle de lágrimas, pues a fin de cuentas se lo pasa uno muy bien. Si acaso es un valle de huesos y mocos. Y cristales mágicos, y lava y ácido mortal.

Un valle generado procedimentalmente, y poblado de mil y una criaturas con mala baba (muchos de ellos con malas babas) que están ahí para pararnos nuestros pies de aprendices de mago en busca de iluminación. Ziggurat es uno y es muchos, un rogue-lite FPS de lo más animado que atropella todas las convenciones de lo rogue-like y se arrima al juego de disparos por una parte, y por otra no menos importante a viejas glorias como Hexen. No en vano de este último adopta la temática fantástica y muchas de sus maneras, aderezadas, claro está, por un vistoso apartado visual, de primer orden para una producción de este tipo.

Como heredero de lo rogue-algo los pilares de Ziggurat son la aleatorización y la muerte permanente, pero el tercer factor en liza se modula y muta con una dosis equitativa de reflejos y otra de azar. Porque Ziggurat es primero un juego de disparos y luego todo lo demás, donde más vale la puntería y la agilidad que las decisiones pendientes de una tirada de dados. A ese respecto, el juego plantea también una enorme variedad de estrategias distintas, motivada por la aleatorización de un buen montón de enemigos de lo más pintoresco, que se unen a las constantes sorpresas del mapeado, y que obligan al jugador a sacar petróleo de cada poción y pieza de maná que llegue a sus manos. Es eso, o volver al primer piso del ziggurat sin esquela, sin panegíricos emotivos ni nada de nada. No obstante, sorprende como un juego de tan solo cinco niveles puede dar para tanto, y en el que necesitan una ingente cantidad de horas para desbloquear a todos los personajes, enfrentarse a todos los enemigos, y tratar, de una vez y para nunca, de coronar el dichoso ziggurat. Prueba, fracasa, muere, reintenta, evoluciona, fracasa y vuelve a empezar.

Y así un ciclo tras otro, culminado por la lluvia de huesos y el reparto de premios. Los creadores de Ziggurat han interpretado maravillosamente la perspectiva de las mil maneras de morir que nos aguardan, no dejando ni una de esas muertes sin un «y qué pasaría si…» en forma de nuevas perks y recompensas, que seguirán poniendo a prueba nuestros reflejos piso tras piso del siempre amenazante ziggurat. Pocas veces se redirige tan bien la frustración de la derrota como en este apremiante dungeon crawler, que transforma la metáfora del palo y la zanahoria en doble de palos —mi primera vez como víctima de una horda de furibundas zanahorias antropomórficas ha sido en este juego— y todavía les funciona a las mil maravillas. Como para hacerse, uy, por poco, CASI, amigos de la muerte.

Acerca de Eduardo Garabito


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