02 de junio, 2016
Artículo indiespensable
Indiespensable
Retoños de la clase media

Mi indiferencia por el Gamelab ha provocado que me obsesione con el Gamelab. Lo primero que he hecho, claro, ha sido mirar el precio de la entrada. Cierto que es una feria para profesionales, para gente ya asentada, pero también es para conocer y descubrir. Siendo «el evento de mayor impacto y prestigio» creado «por una organización sin ánimo de lucro fundada en el año 2005 con el objetivo de inspirar a las nuevas generaciones de creadores digitales y ayudarles a entender y afrontar los retos y oportunidades derivadas de la evolución del sector en términos tecnológicos, creativos y de negocio» me esperaba un precio poco barato. Pero no me esperaba algo de 180 euros.

Me plantea una serie de dudas y cuestiones que comenté, respecto a un tema tangente pero similar, con Eduardo (¿os acordáis de Eduardo? Sigue vivo). ¿A quién va destinada estas charlas? ¿Quién está creando y consumiendo juegos en la actualidad? O, mejor formulado, ¿quién puede permitírselo? La ristra de precios del Gamelab desciende hasta los 80 euros, ya agotadas, gracias a un descuento especial para estudiantes. La más cara, 1.200 euros, te permite usar enchufes y conectar al Wi-Fi.

Supongo que la excusa es que vienen personas muy importantes y grandes nombres de la industria (a Gamelab parece no interesarle nada más que eso, ser industria): Ron Gilbert, que hizo un juego hace años, John Romero, que hizo dos juegos hace años, Peter Moore, que tiene pinta de no haber hecho un juego nunca, Shainiel Deo, que hizo Jetpack Joyride (mira, ese está bien), Rami Ismail, que parece estar muy ocupado dando charlas para hacer juegos, y unos cuantos más. Ah, mira, una mujer también. Está bien tener una mujer. Ya sabéis. Dos mujeres son multitud. Una es el número mágico.

Perdonadme el cinismo. Sí, vale, aún quedan muchos nombres por anunciar y una agenda de tres días por cerrar. Esto todo lo provoca esa indiferencia, esa distancia que me da el no sentirme público para este tipo de eventos. Pero tengo la sensación de que estos eventos van destinados a las mismas personas a las que fueron destinadas las últimas subvenciones de la industria del videojuego en España: a gente que ya tiene pasta. Porque el viaje, la estancia, la entrada, es un dinero considerable para cualquier persona por debajo del siguiente perfil: adulto estable con ingresos constantes y un puesto decente. No sé cuánta gente de la que ha aguantado hasta aquí leyendo (el párrafo anterior servía para echar a unos cuantos) tiene este perfil. Porque todos podemos abusar de la amistad de un amigo que vive en Barcelona, a nadie le importa viajar en bus y comer por cuatro euros, gracias, McDonalds y Burger King, es más que posible. Seguimos teniendo el problema de que la entrada vale la mitad de lo que me cuesta el alquiler de un mes.

Porque, vamos a dejar que el cinismo dé paso a cierta sinceridad, esto de los videojuegos es, como todo lo demás que no implique escribir, para gente que puede permitírselo. Esta frase hecha expulsa a un grupo muy considerable de gente. Hablamos de herramientas democratizadas, de facilidad al acceso y de burbuja independiente. Pero luego nos giramos y las consolas sigue constando mi mes y medio de alquiler, los juegos de salida son mi compra en el súper para dos semanas y el nuevo mesías, la VR, es un tercio de mi última beca de estudios. Mierda, si mi ordenador, mezcla de necesidad y privilegio, se llevó por delante un buen pedazo de mi cuenta bancaria, siempre titilante.

Y pude permitírmelo porque mis padres, ambos, trabajan, porque tenía la seguridad de esa beca (que ha llegado cuando ha llegado, pero ese es otro tema) y porque, incluso, tenía por si acaso la seguridad de unos abuelos que se han partido el lomo y ahorrado toda su vida para vivir una jubilación de ascetas totales. Pero esto también implica que, conociendo mi situación y mis privilegios, prefiero cortarme el resto del año en gastos que sé que puedo prescindir. Ahora la cuestión, y no debería yo escribir sobre esto, es qué sucede si todas esas situaciones no se alinearan.

¿Qué sucedería si mis padres estuviesen en el paro, si no pudiese permitirme destinar ni un mínimo de la beca a otra cosa que al vivir, si mis abuelos no estuviesen?

Lo que quiero decir, no me sé explicar, es que la mayor parte de gente que conozco somos retoños de una clase media que a duras penas aguanta. Y aguantamos, nosotros, que ya ni clase media ni nada somos, porque tenemos a otros que nos soportan. De quién es la culpa de esto es complicado discernir porque la culpa es de un ecosistema, de un sistema social. A mi edad mis padres ya tenían trabajo estable, su hipoteca y su hijo en camino. A mi edad, no cobro ni el sueldo mínimo al mes. Si cobro algo. Somos esos retoños los que podemos permitirnos estar aquí discutiendo unos con otros porqués y cómos y quiénes y qués sobre los videojuegos. E ignoramos, porque no existen en nuestra comunidad, estos edificios construidos sobre pilares de arcilla, otro modelo que no sea el similar al nuestro.

Mi obsesión por el Gamelab o, mejor dicho, por mi incapacidad para asistir al Gamelab me hizo preguntarme, de forma consecuente, cuales serían mis posibilidades reales si me interesase estudiar videojuegos. Mejor aun, cuales serían mis oportunidades si no viviese la situación actual en la que vivo, sino otra peor. He llegado a una serie de escenarios que, insisto, estarían mucho mejor si tuviese el tiempo y la capacidad para hablar con gente en estos:

Ferrol

El primero de ellos es obvio. Vivo aún en Ferrol, una ciudad en decadencia en el extremo noroeste de Galicia con 70.000 habitantes y bajando. Mis padres, al menos uno de ellos, está en paro y el dinero llega justo. Tengo un deber moral, si es que lo tengo, a contribuir en casa y echar una mano. Mis opciones, tal y como las veo, son dos:

1)

Una Formación Profesional en Técnico Superior en Desarrollo de Aplicaciones Multiplataforma, donde los videojuegos se tocan, de pasada, en una asignatura. Aun así, recibo formación de forma más o menos gratuita y luego puedo ampliar mis conocimientos al terminar. Esto provoca, sin embargo, que tan solo pueda encontrar un trabajo a media jornada. Viendo la situación que atraviesa la ciudad, esto es más que complicado. Quizá, en mitad de mi curso, tenga que dejar los estudios para echar una mano real en casa. Con un poco de suerte, no es así. Quizá no tenga ni que trabajar mientras. Dos años.

2)

Vale, tengo que trabajar. Hay otras formas, claro. Coursera, por ejemplo, se está poniendo las pilas para ofrecer cursos sobre videojuegos. Siempre puedo tirarme a por el autodidactismo y piratear, claro, libros. Esto implica tener, al menos, un ordenador, que quizá en las circunstancias actuales sea una inversión más que un gasto. ¡Pero los juegos son mi futuro! También implica tener internet que, en fin, en España está sobrepreciado y va regulín regulag. Se podría sortear esto, sin embargo, con bibliotecas públicas. Para hacer videojuegos, sin embargo, hay que jugarlos. La piratería puede ser otra solución, los juegos en bundles y Steam están tirados de precio hoy en día, pero el ordenador sigue siendo el que es y nunca jugarás al Uncharted 4. Da igual, Nuclear Throne es el camino.

Provincias

Suena terrible, pero mantengamos la nomenclatura de los de la capital. Provincias puede referirse a ciudades como Bilbao, Valencia, Sevilla o Málaga. Lo sé, son grandes capitales de provincia, pero los de la capital… Junto a los escenarios anteriores, y con un poco de suerte, se puede encontrar una universidad con un grado o un máster en videojuegos, desde cualquier perspectiva. Puedo permitirme vivir aquí, así que no vamos tan apretados, pero quizá me haga falta una buena beca para poder permanecer. Nos encontramos con otras dos vías en esta situación:

1)

Un grado oficial y público, lo cual me podría aportar es beca. Esto es complicado y, en mis escasas investigaciones, inexistente. Tal y como me dicen por Twitter, estaría bien una lista de grados, másters, cursos y demás relacionados con el tema. La otra opción, en este sentido, es un máster. He descubierto, sin embargo, que los másters tienen más bien poco provecho, tienden a lo repetitivo y sólo puedes sacar algo en claro si conectas con compañeros o profesores. Un año no da para mucho y menos si te quieres formar en algo tan complejo y vasto como los videojuegos.

2)

Un grado o máster privado, en escuelas o universidades. Y aquí está el gran truco de hacer videojuegos. Solo podrás entrar en este tipo de lugares si tienes dinero y tienes un soporte económico detrás. En la ESAT, por ejemplo, no pone cuánto cuestan sus grados… Solo cómo puedes financiarlos con una hipoteca. Eso sí. Solo la reserva de plaza ya cuesta 600 euros. Los máster propios de universidades como la de Sevilla o la de Málaga oscilan entre los 5.000 y los 3.000 euros, un precio habitual. La capacidad para compatibilizar esto con el trabajo, en el caso del de Sevilla, se muestra complicada, ya que el máster es las tardes de lunes a jueves.

Capitales

Aquí hablaré de las dos principales ciudades españolas: Madrid y Barcelona. Estas se distinguen por tener lo mejor y lo peor de ambos mundos: sí, hay muchos eventos gratuitos donde se puede socializar, pero también escuelas privadas de alto nível inaccesibles para parte de los mortales.

Existen un variopinto número de universidades y escuelas privadas donde estudiar, como la ESNE o la U-Tad en Madrid o la ENTI en Barcelona. Los datos sobre precios son inexistentes en estas páginas web, pero tienen becas propios o en colaboración con bancos, incluso para trabajar en empresas a cambio de costearte los estudios. Por supuesto, esta idea de que si eres bueno puedes pagarte una educación top es pura meritocracia y si eres bueno y te esfuerzas lo consigues…

Excepto que esto es falso. Solo te puedes esforzar si dispones de tiempo para ello, si te lo puedes permitir. ¿Véis? Volvemos a la expresión de antes. Por supuesto, cada caso es un microuniverso de situaciones personales, económicas y laborales complicadas de juzgar desde un texto tan vago y general, pero lo cierto es que «la universidad privada acapara la formación en videojuegos», lo cual es una buena noticia para unos cuantos, pero una terrible noticia para los videojuegos.

Lo bueno de las capitales es que siempre encontrarás un evento, un grupo de gente, una reunión a la que poder asistir y socializar, compartir conocimientos. ¿No es ese el objetivo del Gamelab? Poder oír a gente más lista, más inteligente y con más experiencia que tú. En Madrid, por ejemplo, surgió hace no mucho nuestra GDC castiza, que por supuesto significa Gente Dando Charlas y nada más. Sus premisas son: compartir conocimientos no matter what y no hablar sobre nuestro propio ombligo.

 


 

Por supuesto, esto no es lo típico. Los propios medios, la propia industria, la propia comunidad, no apunta en esa dirección. Y, cuando lo hace, es de forma tímida, en ocasiones escasa. La democracia real pasa porque todos podamos crear y, además, todos podamos manipular y entender la manipulación a la que somos sometidos. No es obligatorio el conocer, pero debe estar siempre al alcance de cualquiera que se lo proponga. Las escuelas privadas, con sus matrículas de nueve mil euros el curso, acotan y cierran las puertas de acceso. Y, por supuesto, la solución no es quemarlas desde los cimientos o precarizar la situación de profesionales y profesores. Al revés, de hecho. Lo público tiene que subsanar una demanda real y fomentar el apoyo a estos profesores y profesionales, también a los alumnos que se encuentran a la deriva.

Esto, por supuesto, es terriblemente complicado. Entre mi grado en Comunicación Audiovisual y mi máster de lo mismo me he encontrado con situaciones terribles de desconcierto, de dejadez y he acabado por sentir un gran abismo entre yo mismo y mis objetivos, fomentado por esta educación. Eso no ha reducido ni un ápice mi idealismo ni mis ganas de compartir mis escuetos conocimientos con la persona de al lado. Pero, por supuesto, esta problemática pasa por encima de mí, me supera de sobremanera. La creencia en algo y el apoyo en esto, pese a todo, permanece.

Los videojuegos, aun así, fomentan el consumismo, el dinerito fresco, el ser más que el otro por poseer más. Y entonces llega el último juguete para ricos, tal y como me decía Eduardo: la realidad virtual. Cascos de setecientos, ochocientos euros que crean un nuevo medio, una nueva realidad, un nuevo lenguaje. Normal que nos ilusionemos con esto. Normal que llenemos portadas y se agote en cuanto pueda. Pero hay algo mucho más humilde, mucho más pequeño y, desde luego, mucho más barato que me parece la real revolución en la dirección correcta.

Sí, hablo de Raspberry Pi, PICO-8 y el último cachivache electrónico que me ha hecho abrir los ojos de par en par: PocketCHIP. Esta obsesión que, tal y como lo percibo, es un rasgo ridículo y viril por ver quién es más realista en los videojuegos ha lastrado otras formas de juego en los últimos años. La tendencia, entre la retroañoranza y lo indie, a sacar cosas con gráficos esquemáticos o abstractos, cuando no directamente feistas, ha ayudado a fomentar una estética opuesta al hiperrealismo.

No es que la tríada arriba mencionada tenga nada de divino o nos vaya a salvar a todos, pero el desentendimiento total que se muestra en según que sitios hacia estos se me antoja un ejemplo claro de qué interesa cuando se habla de videojuegos. Rasbperry es un miniordendor con sus múltiples limitaciones, pero un ordenador al fin y al cabo. PICO-8 es un programa para hacer videojuegos, con sus múltiples limitaciones, pero puedes hacer videojuegos. Y la gran final, PocketCHIP, un ordenador portatil con PICO-8 para hacer videojuegos, por 70 dólares en total.

Hablamos, con razón y con urgencia, de las barreras psicológicas y sociales que se deben vencer para crear un ambiente mucho más variado y agradable para todos aquellos que quieran o necesiten crear videojuegos. Se habla, al menos es una sensación que tengo, mucho menos de las barreras materiales. Unity nos lo ha puesto más fácil a todos, como Game Maker y otros tantos. Pero aún se puede hacer más fácil, más accesible. Y ya no estoy hablando de discapacidad, que es un tema completamente distinto y un universo por sí solo.

Hablo de que quizá no haga falta un cacharro de mil euros para crear videojuegos. O un Mac de mil doscientos. Quizá PocketCHIP sea una herramienta adecuada y precisa para todos aquellos que quieran empezar, decidan que esto es lo suyo o tan solo pretendan intentarlo. Después de todo, el mejor juego-prototipo de lo que debería ser un juego es Mario Bros, accesible desde un Rasbperry (así se puede romper la barrera de jugar a videojuegos, aunque estos sean antiguos, con microordenadores como emuladores) y recreable en PICO-8.

Como los videojuegos es lo más importante de lo menos importante, que me dijeron una vez, tenemos que preguntarnos para qué queremos la tecnología que estos nos pueden ofrecer. No vamos a salvar vidas, no vamos a poner vidas en riesgo. El avance de la Realidad Virtual es interesante, prometedor, es el futuro. Pero el de los microordenadores, el de las herramientas de creación a 15 dólares es realmente alentador. ¿La tecnología debe ir más rápido hacia adelante o hacia los lados? ¿Debe profundizar o debe expandirse? Sí, estamos mejor que hace diez años. Youtube está lleno de tutoriales, charlas, ensayos sobre cómo hacer lo que quieres hacer. ¿Pero cómo puedo acceder a Youtube?

Y volviendo al conocimiento, ¿cuánto cuesta este conocimiento, en coste material y simbólico? Es decir, en dinero y en tiempo. ¿Qué voy a tener que sacrificar para poder dedicarme a esto? ¿Qué puedo sacrificar? ¿Acaso puedo sacrificar algo?

España es un país con una tasa de pobreza infantil salvaje. 1 de cada 3 niños está en peligro de exclusión social. La situación de precariedad y paro de la juventud (de mi juventud, mi generación) no es halagüeña. Y el mundo que voy a heredar parece estar destinado a una crisis continúa, agravándose a sí misma sin solución aparente. El hecho de que hasta hace muy poco tiempo no me haya dado cuenta de que oh joder sí qué suerte neno mira todo lo que tengo sólo me aterra y me hace preguntarme qué ha estado pasando.

No tengo ni idea de cómo combatir la obscenidad que me resulta el precio de las entradas a la Gamelab, con esos hombres mirando a cámara y sonriendo, esperando a venderte la solución definitiva para sobrevivir porque ellos una vez hicieron algo que admiras. Tampoco el lenguaje mesiánico de los cursos, grados, máster varios donde la Nueva Tecnología es un valor seguro que muy pocos pueden alcanzar realmente y debe realizarse en habitaciones asépticas guiado por aquellos que poseen la clave, de llave, para abrirte las puertas a un nuevo mundo.

Todo se resume en un cambio de paradigma salvaje que siempre está a punto de llegar y nunca lo hace. El jugador promesa que no marcará un gol en su vida. Por no hablar de la precarización de esa industria que no es tal independiente y de ese marketing que ya ha entrado hasta la médula de la cosa más inocente. Y el hartazgo que tengo quizá provenga de que cada vez soy más consciente del retoño de clase media que hemos sido siempre.

Supongo que hay otras formas de ayudarse a sí mismo y ayudar a los demás, de enseñar y aprender, de vender y comprar, de vivir y no tanto sobrevivir, de crear y compartir. Pero están en otros mundos. Y costará bastante traerlos a este.

Acerca de Diego Freire


Pequeño burgués posmoderno, cuyos placeres poco culpables son las películas de hostias con machos alfa, las novelas pulp con mujeres ligeras de ropa y quedarse en casa mientras la gente va a conciertos. Podéis leer más desvaríos del muchacho en su portfolio.

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